lunes, 25 de agosto de 2025

REFRANES HONDUREÑOS.

Cortesía de diario El Heraldo de Honduras. 


Tegucigalpa, Honduras.-Los refranes hondureños son como piedritas de río: pequeños, brillan cuando uno los voltea al sol y, sobre todo, resisten. ¿Quién no ha oído un “A la fuerza, ni la comida es buena”, un “Candil de la calle, oscuridad de la casa” o un “Gallina que come huevos, aunque le quemen el pico”?

Son guiños de sabiduría cotidiana que hacen reír, corrigen con cariño y nos recuerdan que, en Honduras, la lengua se vive en voz alta, se comparte en la mesa y se pule en la calle. No es casual que el primer gran retratista de nuestras tradiciones, Jesús Aguilar Paz, describiera ese tesoro de la oralidad como algo que “guarda en cofre de piedras preciosas”.

Con esa intuición, dejó claro que los dichos, coplas y leyendas no son adornos folklóricos, pues son memoria viva, herramientas para pensar y brújulas morales que pasan de generación en generación.
Ilustres y su aporte

Acompáñeme en un viaje por la historia de los refranes y aforismos de nuestra patria. El mapa de ese cofre empezó a delinearse con trabajos pioneros. A Aguilar Paz se le reconoce, además de su célebre “Tradiciones y leyendas de Honduras” (1931), un refranero hondureño publicado en 1981, que puso por escrito ese caudal de ingenio popular que circulaba, y que aún circula, en plazas, mercados, parques, fincas y barrios.

Ese esfuerzo de recopilación dio fundamento a lo que muchos sabíamos de oído, es decir, que los refranes son una cartografía del carácter hondureño. Décadas después, Jorge Montenegro aportó otra pieza clave con su volumen “Refranes, modismos y hondureñismos” (1.ª ed., 2004, Litografía López).

Montenegro, cronista de la oralidad y popularizador incansable, recogió dichos, giros y locuciones que, puestos juntos, dibujan el humor, la picardía y la ética práctica de nuestras gentes.

El libro no sólo compila, sino que también interpreta y explica, mostrando cómo la lengua revela la psicología colectiva. A la par de esos esfuerzos, la Academia Hondureña de la Lengua fijó un hito lexicográfico con el “Diccionario de hondureñismos” (2005), obra que reconoce oficialmente vocablos, usos y giros propios del país.

En su presentación precisamente resuena una idea que aquí suscribimos: “La lengua es del pueblo que la habla, día a día se hace la lengua”. Dicho de otro modo: nuestros refranes no son reliquias; son lenguaje en movimiento, prueba de que el español de Honduras tiene personalidad y matices que merecen nombre y apellido.

¿De dónde proviene esa personalidad? De un mestizaje lingüístico y cultural de larga data. Honduras conversa en español, sí, pero convive y se enriquece con las lenguas garífuna, miskita, chortí, pech, tawahka, tolupán, el criollo isleño, y hasta con algunas lamentablemente ya en desuso como el lenca y el náhuatl, pero que son piedra angular de nuestra habla cotidiana y nombres de pueblos, ciudades, ríos y cordilleras.

Ese contacto se nota en el léxico, en la música de las palabras y, por supuesto, en los refranes y aforismos. No sorprende, entonces, que el “Diccionario de las lenguas de Honduras” (2013; edición digital 2014) integre ese mosaico para documentar equivalencias, voces y puentes entre idiomas que comparten territorio y memoria.

Un caso emblemático es el pueblo garífuna: su lengua, danza y música fueron reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial. Allí la oralidad (cantos, relatos, fórmulas rituales) sostiene una visión del mundo en la que el refrán funciona como cápsula de experiencia.

El reconocimiento internacional no congela una tradición; todo lo contrario, la legitima y la protege, mientras la comunidad sigue renovándola en la costa norte hondureña. En la práctica, ¿para qué sirven nuestros refranes? Para educar sin regañar, afilar el juicio y ventilar tensiones con humor.

“El que nace para martillo, del cielo le caen los clavos” resume con ironía el destino y el carácter; “Camarón que se duerme se lo lleva la corriente” advierte sobre la pereza; “De las aguas mansas, líbrame Dios” sugiere prudencia.

Estas cápsulas de sentido son pequeñas tácticas de convivencia que corrigen conductas, celebran la astucia y articulan valores como la solidaridad, la sobriedad o la desconfianza ante la fanfarronería o prepotencia.

Muy importante es que también son espejos lingüísticos. La paremia hondureña, es decir, nuestro repertorio de refranes, revela mecanismos sonoros (rimas internas, paralelismos), figuras (hipérboles, metáforas caseras) y un léxico moldeado por el campo, el mar, la montaña y el barrio.

Los estudios sobre hondureñismos en diccionarios y en la investigación lingüística subrayan esa creatividad morfológica y semántica. Como hondureños, hemos tomado voces de varios orígenes, incluyendo de otros países de habla hispana o hasta de otros idiomas, y las adaptamos y convertimos en seña de identidad que, al cristalizar en el refrán, se vuelve inolvidable y valiosa.

En el siglo XXI, los dichos viajan en internet, radio, escuela y pantallas. La divulgación de Montenegro —y de tantos maestros y comunicadores— mostró que la oralidad puede habitar el micrófono, la clase y el meme sin perder chispa. Cambian los soportes, no el apetito por esa sabiduría breve que cabe en una oración y dura toda la vida.

De hecho, la tecnología no borra la tradición, sino que la amplifica, la archiva y la vuelve consultable, como ya hacen nuestras bibliotecas digitales y proyectos de preservación. Los refranes hondureños son más que frases ingeniosas, querido lector.

Estos aforismos son la forma que toma nuestra experiencia compartida e idiosincracia. En ellos palpita una ética de lo práctico, una risa que desarma y una memoria que enseña.

Lista de refranes y aforismos populares diseminados en nuestro país:

1. A palabras necias,
oídos sordos.

2. Ojos que no ven, corazón
que no siente.

3. Perro que ladra no muerde.

4. Quien ríe último ríe mejor.

5. A caballo regalado no se le busca lado.

6. Mucho ruido y pocas nueces.

7. A cada chanchito le llega su Navidad.

8. Nunca digas de esta agua no beberé.

9. Quien mucho abarca, poco aprieta.

10. En boca cerrada no entran moscas.

11. A la fuerza, ni la comida es buena.


12. A dos puyas no hay toro valiente.

13. Candil de la calle, oscuridad de la casa.

14. Gallina que come huevos, aunque le quemen el pico.

15. El que nace para martillo, del cielo le caen los clavos.

16. El vivo a señas y el tonto a palos.

17. El que tiene más galillo traga más pinol.

18. Después de un gustazo, un trancazo.

19. Jueguen con el santo, pero no con la limosna.

20. El que nace para maceta no pasa del corredor.

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